Agamenón

© Santiago Torralba

De qué poco te sirvió la victoria: también tú pagaste con la muerte

la vuelta a casa. Allí te espera Clitemnestra y un baño de plata que quedará

manchada con tu sangre. Tal vez se hizo justicia y la sombra de tanto

cadáver marcó el camino de vuelta atravesando la laguna Estigia para arrastrarte

al inframundo. (Cerbero te espera con la baba endureciendo sus

colmillos. No sueñes con la huida). Muerta por tu mano despiadada

tu hija Ifigenia para conseguir vientos favorables que hicieran posible

el triunfo soñado. Caro precio el que pusiste a tu gloria. Muertas luego

por tus ansias de grandeza jóvenes vírgenes sacrificadas sin piedad

para poder cubrir tu frente con los laureles de la conquista. Muerte amontonada

en miles de cuerpos ya sin alma que tiñen de rojo las arenas de Troya

devorados al atardecer por los perros y las ratas sin lugar en la barca

de Aqueronte. Polvo sobre polvo. Llanto rodeando la amargura. Súplica

en manos abiertas a la nada. Nadie será capaz de devolverle nunca

el color a la tierra por más que se hagan eternas las mareas. Muerte de

mujeres preñadas mortalmente con las lanzas de tus guerreros clavadas

en sus vientres. El dolor y la angustia en sus bocas abiertas: aullido interrumpido, brazos

rotos abrazando sus entrañas. Muerte de niños arrancados de los pechos

 de sus madres arrojados al vacío desde las almenas para que no

haya descendencia. Sordo a su desconsuelo, ciego a sus ojos

aterrados. Muerte de las hembras que arrancas de sus casas incendiadas

tras la derrota porque la esclavitud también es muerte. Casandra como

botín de guerra para satisfacer el placer tras la batalla y

derramarte en ella. Criseida, antes, raptada ante los ojos de

su padre (ajena tu mirada ante las lágrimas) solo para la diversión

de tus noches, Briseida como moneda de cambio. La juventud como

 precio tasado por tu deseo. Siempre las mujeres como cráteras vivas

abiertas de piernas para tus delirios. La muerte para los hombres,

la esclavitud y el yugo del lecho para las mujeres sometidas

a todos los caprichos del guerrero. Desdicha y dolor que escriben

las huellas de tus pasos enloquecidos por alcanzar la gloria: la inmortalidad

que soñabas no te sirvió para compartir la ambrosía

con los dioses sino sólo como metáfora de la muerte.

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