De qué poco te sirvió la victoria: también tú pagaste con la muerte
la vuelta a casa. Allí te espera Clitemnestra y un baño de plata que quedará
manchada con tu sangre. Tal vez se hizo justicia y la sombra de tanto
cadáver marcó el camino de vuelta atravesando la laguna Estigia para arrastrarte
al inframundo. (Cerbero te espera con la baba endureciendo sus
colmillos. No sueñes con la huida). Muerta por tu mano despiadada
tu hija Ifigenia para conseguir vientos favorables que hicieran posible
el triunfo soñado. Caro precio el que pusiste a tu gloria. Muertas luego
por tus ansias de grandeza jóvenes vírgenes sacrificadas sin piedad
para poder cubrir tu frente con los laureles de la conquista. Muerte amontonada
en miles de cuerpos ya sin alma que tiñen de rojo las arenas de Troya
devorados al atardecer por los perros y las ratas sin lugar en la barca
de Aqueronte. Polvo sobre polvo. Llanto rodeando la amargura. Súplica
en manos abiertas a la nada. Nadie será capaz de devolverle nunca
el color a la tierra por más que se hagan eternas las mareas. Muerte de
mujeres preñadas mortalmente con las lanzas de tus guerreros clavadas
en sus vientres. El dolor y la angustia en sus bocas abiertas: aullido interrumpido, brazos
rotos abrazando sus entrañas. Muerte de niños arrancados de los pechos
de sus madres arrojados al vacío desde las almenas para que no
haya descendencia. Sordo a su desconsuelo, ciego a sus ojos
aterrados. Muerte de las hembras que arrancas de sus casas incendiadas
tras la derrota porque la esclavitud también es muerte. Casandra como
botín de guerra para satisfacer el placer tras la batalla y
derramarte en ella. Criseida, antes, raptada ante los ojos de
su padre (ajena tu mirada ante las lágrimas) solo para la diversión
de tus noches, Briseida como moneda de cambio. La juventud como
precio tasado por tu deseo. Siempre las mujeres como cráteras vivas
abiertas de piernas para tus delirios. La muerte para los hombres,
la esclavitud y el yugo del lecho para las mujeres sometidas
a todos los caprichos del guerrero. Desdicha y dolor que escriben
las huellas de tus pasos enloquecidos por alcanzar la gloria: la inmortalidad
que soñabas no te sirvió para compartir la ambrosía
con los dioses sino sólo como metáfora de la muerte.